En julio de 1968, cuando el doctor Walter Brown comenzó su especialidad de psiquiatría en Yale, su primera misión fue evitar que Mr. G se reuniera con el presidente de Estados Unidos.

Mr. G era un paciente que había pasado los últimos 17 años internado en psiquiátricos, inmovilizado por una depresión suicida o con una euforia que lo hacía pensar en un encuentro con el mandatario del país.

“Varias veces a la semana, Mr. G se dirigía apresurado hacia la puerta. Tres enfermeras y yo teníamos que arrastrarlo a un cuarto de reclusión donde, mientras yo luchaba con él, una de ellas le daba un sedante”, escribió Brown en su libro “Lithium: A Doctor, a Drug, and a Breakthrough” (Litio: un médico, una droga, un gran avance).

El paciente padecía de psicosis maníaco depresiva o trastorno bipolar.

Su pronóstico no era para nada auspicioso, pero dos años después Brown volvió a encontrarse con Mr. G, y halló a un hombre que vivía por su cuenta, fuera de hospitales, y trabajaba en un supermercado.

Aún recordaba, entre asombro y vergüenza, su deseo de entrevistarse con el presidente.

Un nuevo medicamento había estabilizado sus cambios de ánimo: el litio.

Allí nació el interés del psiquiatra por este metal alcalino y, sobre todo, por el hombre que lo transformó en la primera droga psiquiátrica: John Cade.

Del Big Bang a la fiebre del litio

En el siglo XXI se habla del litio como “el oro del futuro” debido a su utilización en baterías de productos electrónicos y de la industria automotriz.

La búsqueda de fuentes alternativas de energía para reemplazar a los combustibles fósiles ha disparado una carrera por el litio que se encuentra en abundancia en los salares de Bolivia, Chile y Argentina.

Pero el más ligero de todos los metales nos acompaña desde tiempos inmemoriales. Los científicos creen que junto al hidrógeno y al helio son los únicos tres elementos creados con el Big Bang (ambos ocupan los tres primeros lugares de la tabla periódica que todos estudiamos en nuestras clases de Química).

Como describe James Russell en su libro sobre esta tabla, existen registros del uso terapéutico del litio que se remontan al siglo II de nuestra era, cuando el sanador Soranus de Efeso recomendaba baños en cascadas de aguas alcalinas para los que sufrían “de manía y de melancolía”.

A mediados del siglo XX el litio volvería a ser clave para tratar esos dos estados, el de estar “muy arriba” y el de estar “muy abajo”.

Para Brown, dos aspectos son fundamentales en esta historia: las características de la psiquiatría hasta la conversión del litio en fármaco y el contexto en el que se produjo el descubrimiento de John Cade en 1949.

“Hasta ese momento, no había drogas utilizadas para la salud mental, la gente usaba opioides, a veces les daban estimulantes o sedativos. El litio fue la primera vez que se trataron de forma efectiva los síntomas de una enfermedad psiquiátrica”, le dice Brown a BBC Mundo.

Los tratamientos para la depresión maníaca y otras condiciones de la salud mental incluían encierros en hospitales pisquiátricos, donde se podía desde inducir el coma a partir de dosis de insulina hasta sedar al paciente para terapias de sueño profundo; también se aplicaban convulsiones eléctricas y -en los años 40 e inicios de los 50- fue muy utilizada la lobotomía.

Cade, por su parte, era un joven y desconocido psiquiatra, veterano de la Segunda Guera Mundial, que trabajaba en un hospital de Melbourne, Australia, sin entrenamiento formal, sin becas y sin colaboradores.

Su laboratorio estaba en la cocina del hospital. Hay quienes dicen que su descubrimiento se debió a la suerte, pero Brown no coindice del todo con esta apreciación.

“En parte del proceso, fue afortunado; él comenzó a suministrar sal de litio a cobayos y notó que esto los relajaba. Pero le tenemos que dar crédito porque él observó esto y pensó que podía funcionar en personas, en pacientes maníacos. Hacer este salto, para mí, es muy intuitivo y refleja sus habilidades como observador sin prejuicios”, dice Brown.

Eduard Vieta, jefe de Servicios de Psiquiatría y Psicología en el Hospital Universitario de Barcelona, le dice a BBC Mundo que, aunque ahora nos parezca lógico, la idea revolucionaria de Cade fue que podía tratar la enfermedad mental con fármacos, algo no tan obvio 70 años atrás.

“Él tenía una hipótesis, que finalmente se demostró falsa, y era que el ácido úrico jugaba un papel clave. Como los ácidos no son estables como fármacos, los tienes que constituir en forma de sal para poderlos consumir. Ahí entra en juego el litio. Cuando dio urato de litio a los cobayos vio que estos se tranquilizaban. Pero básicamente lo que hizo fue intoxicar a las cobayos”, explica Vieta.

Cuando Cade les dio urato de litio a los pacientes comprobó una mejora que atribuyó al ácido úrico, no al litio.

“Pero luego, cuando probó con otras sales, no obtuvo el mismo resultado, y fue inteligente y dedujo que había sido el litio el que había mejorado a sus pacientes”, añade Vieta.

Litio en sangre

“Yo comencé pensando que iba a escribir una biografía de Cade, pero a medida que investigaba supe, por ejemplo, que el mismo Cade había puesto en pausa su trabajo debido a que sus pacientes se enfermaban. Y otra gente tomó la posta. Entonces decidí hacer la historia de un descubrimiento científico, de gente que aprendió de otra gente”, le dice a BBC Mundo Walter Brown.

A pesar de que los 10 pacientes iniciales del psiquiatra australiano mostraron mejorías en su salud mental, muy pronto algunos de esos pacientes sufrieron severas intoxicaciones y el mismo Cade consideró que el litio era peligroso y no debía ser recetado.

Pero entonces, otros médicos en Australia, como Edward Trautner, comprobaron que se podía medir la cantidad de litio en la sangre de los pacientes y así evitar la intoxicación.

Como le dijo a BBC Mundo Ricardo Corral, presidente de la Sociedad Argentina de Psiquiatría, existe una “ventana terapéutica”, en donde -en el mínimo- el litio no es efectivo y -en el máximo- es tóxico: “Y además de hacer la evaluación de los efectos terapéuticos y los colaterales, el análisis de sangre nos permite saber si el paciente cumple o no cumple el tratamiento”.

Para el psiquiatra Vieta, este progreso llevado a cabo por Trautner y su equipo es otro gran avance en la psiquiatría que le debemos al litio:

“El litio obliga a monitorizar los niveles plasmáticos del fármaco. Eso hace que hacer análisis de sangre a los pacientes psiquiátricos tenga sentido. Introduce, de alguna forma, más medicina en la psiquiatría“.

Pero al mismo tiempo que en Australia descubrían cómo lidiar con la toxicidad del litio, en Estados Unidos esta toxicidad iba a llevar al gobierno a retirarlo de todas las farmacias, las tiendas y hasta de una conocida marca de gaseosa.

Temor a la intoxicación

Así como hoy queremos reemplazar los combustibles fósiles por baterías de litio para impulsar nuestros vehículos, hace 70 años alguien pensó que sería una buena idea usar el litio para reemplazar al sodio, otro metal alcalino que se encuentra presente en la sal marina y, por lo tanto, en el salero de todas las cocinas.

Un consumo excesivo de sodio, como nos han dicho siempre nuestros médicos, puede llevar a la hipertensión arterial, los problemas cardíacos e insuficiencias renales.

“En los últimos años de la década de los 40, la gente en EE.UU. comenzó a utilizar cloruro de litio como un substituto de la sal para aquellos que debían llevar una dieta baja en sodio. Y una gran cantidad de ellos se intoxicó, se envenenaron y algunos murieron”, recuerda Brown.

La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA por sus siglas en inglés) prohibió el litio y su uso en otras sustancias. Incluso fue retirado de la gaseosa 7 Up, de la que era ingrediente (el nombre original de la bebida era “Bib-Label Lithiated Lemon-Lime Soda”).

“La FDA envió a sus agentes a retirarlo de los anaqueles de las farmacias, pero ese temor a la toxicidad del litio permaneció en la mente de los doctores y del público en general”, dice Brown a BBC Mundo.

Esto contribuyó, según este psiquiatra, a que el litio no se prescriba para la bipolaridad en EE.UU. en la misma medida que en otros países. Pero no es el único factor:

“También, en este país, un buen número de empresas farmacéuticas vendió de forma contundente otras drogas para tratar este trastorno, con un marketing agresivo y una gran promoción. Y esto tuvo un gran efecto en el consumo de litio. Por eso se estima que en EE.UU. sólo el 10% de los pacientes que podrían beneficiarse del uso del litio realmente lo utilizan, mientras que en otros países, como por ejemplo en Europa, su uso es del 50%”, dice Brown. Eduard Vieta coincide con esta explicación y agrega nuevas causas a esta desconfianza.

“El litio es un medicamento huérfano desde la perspectiva del marketing y del negocio. Y hay otro factor que es la litigación. Hablamos de un fármaco antiguo, con poco glamour, pero como todavía requiere un cierto cuidado, entonces -si un paciente se te intoxica accidentalmente- te puede demandar”.

Sin embargo, como explica el pisquiatra Ricardo Corral, el litio sirve no solamente para estabilizar al paciente sino para evitar uno de los mayores peligros para aquellos que padecen el trastorno bipolar.

“Además de mejorar el estado de ánimo, tanto en la manía, como en la depresión, el litio reduce el riesgo de suicidio”, explica el psiquiatra argentino.

Suicidio, megalomanía y creatividad

El trastorno de bipolaridad, explica la periodista Douwe Draaisma en la revista Nature, afecta a una de cada 100 personas a nivel global y, si no se trata, se vuelve un ciclo constante de euforias y depresiones, por eso, el riego de quitarse la vida es tan alto.

“Las tasas de suicidio para pacientes sin tratamiento son entre 10 y 20 veces superiores al resto de la población”, escribe Draaisma.

“Es la enfermedad a la que se asocia mayor riesgo de suicidio. Es verdad que hay mayor cantidad de suicidios por la depresión común, porque esta depresión es más frecuente, pero tener el trastorno bipolar conlleva un riesgo más alto que cualquier otra enfermedad”, ratifica Vieta.

Pero incluso sin llegar a quitarse la vida en plena depresión, los pacientes de este trastorno puede sufrir grandes riesgos en los momentos en que parecen entusiastas y animados.

Como explica a BBC Mundo la psiquiatra Iria Grande, secretaria de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, en los episodios maníacos más agudos, el estado de euforia puede llevar a la gente a gastarse muchísimo dinero o a tener delirios megalomaníacos.

“Es decir, piensas fuera de la realidad y crees que tienes unos poderes que no necesariamente son reales, como tener conexiones con Dios o ser el salvador del mundo”.

Como el paciente Mr. G, que pensaba que podía entrevistarse con el presidente de EE.UU.

Pero no todo es tan oscuro como el suicidio o el delirio. Esta enfermedad, como explica el psiquiatra Edward Vieta, ha sido vinculada a la creatividad de compositores, artistas, poetas y escritores:

“Si miramos figuras históricas, hay muchísimas, algunas muy bien documentadas y otras que son diagnósticos de sospecha. (Robert) Schumann, por ejemplo, murió en un psiquiátrico, y tuvo claramente episodios maníacos y depresivos, hasta el punto que vemos que sus composiciones se agrupan en unos años en los que él está hipomaníaco, con mucha energía, y en otras épocas no compone nada, porque está con depresión”.

Grande recuerda otro caso histórico del vínculo entre creatividad y bipolaridad:

“Un caso muy claro es Virginia Wolf, quien hacía episodios depresivos muy graves y cuyas manías eran una pequeña euforia; no llegaba a tener pensamientos que no calzaban con la realidad, pero se relaciona mucho su productividad con estos episodios de hipomanía. Y en los episodios de depresión no era nada creativa”.

Atardecer de litio

Brown ha descrito el descubrimiento del litio como el más relevante en la historia de la psiquiatría del siglo XX.

“Luego, en los años 50, surgieron otras drogas psiquiátricas como las usadas contra la esquizofrenia, y al final de esa década antidepresivos, pero litio fue el primero”, le dice a BBC Mundo.

Vieta prefiere hablar de tenis:

“Es como cuando coinciden un Federer, un Nadal y un Djokovic. En el caso de la psiquiatría es el litio, la clorpromazina -el primer antipiscótico- y el primer antidepresivo. El primero seguramente fue el litio, pero el que tiene un impacto brutal en la historia de la psiquiatría es la clorpromazina, que se introduce en los psiquiátricos y permite dar el alta a centenares de miles de pacientes”.

Curiosamente, en 1996, el periodista estadounidense Tom Wolfe escribió su artículo “Lo siento pero su alma acaba de morir”, donde exploraba la revolución de las neurociencias y los fármacos antidepresivos.

En el mismo hacía referencia a John Cade y consideraba su descubrimiento como el gran responsable del fin de psiconálisis:

“El deceso de las teorías freudianas puede ser resumido en una sola palabra: litio”, escribió el siempre controversial Wolfe.

Pero aunque el litio no terminó con el psiconalánisis, cambió la vida de miles de pacientes desde 1949, algunos desde una edad temprana, otros -como escribe el poeta estadounidense Robert Lowell- cuando mucho del daño de la enfermedad ya estaba hecho:

“Perturba pensar que he soportado y causado tantos sufrimientos porque faltaba un poco de sal en mi cerebro, y que si se hubiesen conocido antes los efectos de esa sal, si me la hubieran administrado antes, podría haber tenido una vida feliz o en todo caso una vida normal en vez de esta larga pesadilla”.

FUENTE: BBCNEWS

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